Revista “Signo de los Tiempos” Número 342, Septiembre – octubre de 2024, IMDOSOC, México
Al “abrir las ventanas de la iglesia” con el Concilio Vaticano II, Paulo VI nos planteó la obligación de hacer nuestra opción fundamental por los pobres, y bendecía las manos que se abren para acogerlos y ayudarlos, diciendo que son manos que traen esperanza.[1] Como respuesta a esta invitación, plasmada en su carta encíclica “Para el Progreso de los Pueblos” (Populorum Progressio) un gran número de jóvenes aceptaron su llamado y decidieron salir a vivir en la inserción en medio de ellos, asumiendo el imperativo que recientemente el papa Francisco nos recuerda que ningún cristiano puede ignorar, de que “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.[2] Nos dice que el amor no admite excusas, por lo que, si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación.
Al iniciar en 1980 el proceso de promoción para mejorar la calidad de vida de familias y pueblos marginados de la región Mixteca-Popoloca, en lugar de promover personas o familias aisladas, propiciamos reunirlas a dialogar en grupo para analizar sus problemas comunes, buscando soluciones adecuadas que estuvieran a nuestro alcance. Todas las familias coincidieron en que el problema-eje común es la falta de agua, ya que provoca pérdida de cosechas y falta de alimentos, deterioro de la salud, y pobreza por falta de empleo e ingresos. Se le llama problema-eje porque al irlo resolviendo, contribuiríamos a la solución de todos esos problemas relacionados que giran a su alrededor. Al ser un problema tan grave y complejo, animamos a las familias a trabajar unidas, de manera colaborativa, para poner en práctica las soluciones, emprendiendo un proceso de investigación y acción cooperativa y participativa, que también llamamos educación ambiental, que esencialmente es educación orientada a la acción.
Esta visión coincide con la de Francisco cuando dice en “Alabado Seas” (Laudato si) “…sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos.” [3]
Al proponer una economía “desde abajo”, Francisco nos dice que “Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles…” [4]
Buscando que las soluciones resultaran adecuadas, comenzamos a estudiar la historia de las culturas de esta región de Tehuacán, reconocida por UNESCO como “Hábitat Originario de Mesoamérica”, al ser el sitio más antiguo en el que se originó la irrigación, a la vez que un centro de origen de la agricultura, por el proceso de domesticación del maíz, frijol, amaranto, calabaza, chile, y otros cultivos de la milpa, que constituye el núcleo de la dieta mesoamericana.
Junto con las hidrotecnologías ancestrales de manejo armónico del suelo, el agua y la vegetación, aprendimos que el amaranto es un cultivo resistente a la sequía y un alimento altamente nutritivo que había casi desaparecido, por lo que emprendimos su recuperación como parte del policultivo llamado milpa, así como su consumo en la dieta cotidiana.
Para su atención eficiente, en cada pueblo se organizaron grupos cooperativos que encabezaron las acciones de regeneración hidroagroecológica para proteger y retener los suelos y captar el agua de lluvia, al mismo tiempo que -para obtener los recursos necesarios para su construcción- tocamos a las puertas y a los corazones de personas que pudieran aportarlos de manera generosa y solidaria para impulsar esta labor que busca el bien de todos.
En el trabajo con las cooperativas, hemos comprobado que al agua la tenemos que tratar como al más preciado tesoro, reteniéndola cuando escurre, para que no erosione el suelo, infiltrándola para recargar los acuíferos, almacenándola para contar con reservas para los períodos de sequedad, y utilizándola como dosis de vida, en la que cada gota cuenta, por lo que al utilizar riego por goteo, podemos ahorrar el 90% del agua que se utiliza en la agricultura, sector que consume el 70% del agua dulce del mundo.
Desde el inicio, decidimos evitar el uso de químicos agrotóxicos que contaminan a los suelos, al agua, a los alimentos, y enfocarnos hacia la vida saludable de las personas. Para lograrlo, nos educamos en los principios de la agricultura orgánica y agroecológica, enriqueciendo los suelos con materia orgánica composteada, que genera una rica vida microbiana saludable en cada centímetro de suelo, que colabora con las raíces para aprovechar los nutrientes necesarios para el crecimiento de las plantas y su producción de alimentos.
Para enfrentar la crisis económica de 1994, desarrollamos tecnología innovadora para establecer una planta para procesar alimentos de amaranto, generando empleos formales y flujos económicos para sostener este proceso. No salimos a buscar clientes, sino a buscar aliados conscientes del cuádruple valor de este proceso de desarrollo sostenible: social, cultural, económico y ambiental. En 2007 formalizamos el programa de nutrición infantil, que llevó a la mejoría del 95% de los niños campesinos e indígenas que padecían desnutrición, al aportarles la proteína del amaranto nuestro de cada día que, además de la sonrisa agradecida al quitarles el hambre, desarrolla sus conexiones neuronales justo a tiempo para iniciar su vida escolar, expandiendo sus horizontes de vida futura.
Francisco nos dice que “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral…” y “Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo.[5]
Desde 2015, Francisco resaltó que la pobreza y el deterioro ambiental no son dos problemas distintos, sino que interactúan entre ellos, por lo que más bien tenemos que verlo como un mismo problema socio – ambiental, por lo que hay que escuchar el grito de la Tierra, tanto como el grito de los pobres, cuidando nuestra Casa Común. Al redactar esta carta encíclica se nutrió con los aprendizajes del “gran recorrido del movimiento ecológico mundial, el cual ha sido enriquecido por las aportaciones de organizaciones de la sociedad civil”. Y al enfocarlo desde la perspectiva del pensamiento social cristiano, supo iluminarlo desde la mística espiritual en la que Francisco -el de Asís- prorrumpía con su “¡alabado seas!”, con profundo agradecimiento por la vida.
La construcción del sistema alimentario del amaranto agroecológico como vía esencial del proceso de desarrollo regional sostenible y cooperativo, ha sido una desafiante labor que ha requerido cuatro décadas de esfuerzo. Tiene razón Francisco cuando anticipa que “No se trata… de ideas, sino… de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo; no será posible comprometerse… sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»”[6]
Por ello, nos reanima cuando en su carta “Hermanos todos”, escribe que “Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las personas y al bien común.”[7]
Con realismo político, Francisco nos dice que siempre hay mucho por hacer, y nos da pistas para la acción, enumerando cosas que podemos hacer, tratando de estimular nuestra propia imaginación para ampliar esta lista: Programar una agricultura sostenible y diversificada; hacer un amplio desarrollo de energía renovable poco contaminante y eficiencia energética; impulsar una buena gestión de recursos forestales y marinos, evitando su creciente contaminación; organizar cooperativas para aprovechar energías renovables y la eficiencia energética; alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales; en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles; se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación; resalta que hay que asegurar a todos el acceso al agua potable, lo cual debe tener prioridad, por ser el agua un recurso escaso e indispensable y un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos… ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!,” nos anima con tal entusiasmo que recuerda la etimología griega de la palabra enthousiasmós que significa actuar poseído por Dios.
Y nos invita a pensar en la participación social, política y económica a manera de promover que «estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando».[8]
Quisimos compartir este esbozo de nuestra experiencia como grupo cooperativo alineado con el espíritu de la economía de Francisco, cuando nos dice que “Cuidar el mundo que nos rodea y contiene, es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos construir un “nosotros”, que habita la casa común.[9]
Antes de concluir, queremos resaltar la complejidad que requiere la operación de un grupo cooperativo, pues el desconocimiento y descuido de cualquiera de los factores de la producción y de los ámbitos de gestión empresarial puede destrozar el esfuerzo colectivo y solidario emprendido en su construcción. Por ello se requiere también la formación y preparación de personas que puedan aportar una armadura legal y fiscal, continua innovación tecnológica y metodológica, así como una colaboración profesional interdisciplinaria, para solucionar armónicamente los desafíos internos, así como enfrentar con resiliencia los inagotables y cambiantes embates exteriores, para persistir y mejorar con visión y esperanza hacia el futuro.
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[1] Apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29
septiembre 1963
[2] 1 Jn 3,18
[3] LS, 185 Carta encíclica Laudato si, Alabado seas, Sobre el Cuidado de la
Casa Común.
[4] Idem, 180
[5] LS, 13
[6] LS, 216
[7] FT 108
[8] FT 143
[9] FT 17